3.07.2010

ASHES TO SNOW (CENIZAS A LA NIEVE)

Si vienes a mí en este momento….
Tus minutos se transformarán en horas….
Tus horas en días
Y tus días..... en tu vida

A la princesa de los elefantes:
Desaparecí exactamente hace un año.
Aquel día recibí una carta.
Eso me llevó al lugar donde mi vida con los elefantes comenzó
Por favor perdóname por el silencio ininterrumpido
entre nosotros durante este año

Esta carta rompe ese silencio
Ésta es la primera de mis 365 cartas para ti
Una por cada día de silencio

Nunca seré tan fiel a mí mismo, como en estas cartas
Ellas son mis mapas del camino del pájaro
Y son todo lo que sé para ser sincero

Recordarás todo. Todo será como antes.
En el principio del tiempo,los cielos
estuvieron cubiertos de elefantes voladores
Cada noche ellos se acuestan en el mismo lugar, en el cielo
Y sueñan con un ojo abierto

Cuando miras las estrellas, en la noche
Estás mirando los imparpadeantes ojos
de los elefantes, que duermen con un ojo abierto
para cuidarnos mejor

Después de que mi casa se quemó…
Pude ver más claramente la luna
Vi todos los edenes que habían caído sobre mí
Vi los edenes que había sostenido en mis manos
y dejé escapar
Vi promesas que no cumplí
Dolores que no aliviaron
Heridas que no sanaron
Lágrimas que no derramé
Muertes que no lamenté
Plegarias que no respondí
Puertas que no abrí….Puertas que no cerré
Amantes, que dejé atrás
Y sueños, que no viví
Vi todo lo que me ofrecieron, pero no podía aceptar
Vi las cartas que deseé, pero nunca recibí
Vi todo lo que pudo ser,
pero nunca será

Un elefante con su trompa alzada, es una carta a las estrellas
Una ballena saltando fuera del agua, es una carta
desde el interior del océano

Estas imágenes, son una carta para mis sueños
Estas cartas, son mis cartas para ti

Mi corazón es como una casa vieja,
cuyas ventanas no han sido abiertas por años
Pero ahora oigo que las ventanas se abren
Recuerdo todo
Pero no recuerdo haber partido alguna vez
Recuerda tus sueños
Recuerda tus sueños
Recuerda tus sueños
Recuerda...

Cuánto más observo a los elefantes de la Savannah,
más escucho, y más me abro,
Ellos me recuerdan quién soy
Pueden los elefantes guardianes escuchar mi deseo,
de colaborar con todos los músicos de la orquesta de la naturaleza
Quiero ver a través de los ojos de los elefantes
Quiero unirme a la danza que no tiene pasos
Quiero convertirme en la danza
No puedo decir si estás acercándote o alejándote
Anhelo la serenidad que encontré cuando miraba tu cara

Quizás si tu cara pudiera volver a mí ahora
Encontraría más fácil recuperar la cara que parecía haber perdido
La mía

Pluma al fuego Fuego a la sangre
Sangre al hueso Hueso a la médula
Médula a las cenizas Cenizas a la nieve

Las ballenas no cantan porque tienen una respuesta
Ellas cantan porque tienen una canción
Lo que importa, no es lo que está escrito en la página
Lo que importa, es lo que está escrito en el corazón
Entonces quema las cartas y esparce sus cenizas sobre la nieve
la orilla del río, cuando la primavera llegue
y la nieve se derrite...
... y el río crezca... Regresa a la orilla del río
Y relee mis cartas con tus ojos cerrados
Deja que las palabras y las imágenes laven tu cuerpo como olas
Relee las cartas, con tu mano ahuecada sobre tu oído
Escucha las canciones del Edén
Página, trás página, trás página
Vuela
Vuela
Vuela

EL RUBÍ

-¡Ah, conque es cierto! ¡Conque ese sabio parisiense ha logrado sacar del fondo de sus retortas, de sus matraces, la púrpura cristalina de que están incrustados los muros de mi palacio! Y al decir esto el pequeño gnomo iba y venía, de un lugar a otro, a cortos saltos, por la honda cueva que le servía de morada; y hacía temblar su larga barba y el cascabel de su gorro azul y puntiagudo.


En efecto, un amigo del centenario Chevreul - cuasi Althotas - el químico Fremy, acababa de descubrir la manera de hacer rubíes y zafiros.

Agitado, conmovido, el gnomo - que era sabido y de genio harto vivaz - seguía monologando.

-¡Ah, los sabios de la Edad Media! ¡Ah, Alberto el Grande, Averroes, Raimundo Lulio! Vosotros no pudisteis ver brillar el gran sol de la piedra filosofal, y he aquí que sin estudiar las fórmulas aristotélicas, sin saber cábala y nigromancia, llega un hombre del siglo decimonono a formar a la luz del día lo que nosotros fabricamos en nuestros subterráneos. Pues el conjuro: fusión por veinte días de una mezcla de sílice y de aluminato de plomo: coloración con bicromato de potasa, o con óxido de cobalto. Palabras, en verdad, que parecen lengua diabólica.

Risa.

Luego se detuvo.

El cuerpo del delito estaba ahí, en el centro de la gruta, sobre una gran roca de oro: un pequeño rubí, redondo, un tanto reluciente, como un grano de granada al sol.

El gnomo tocó un cuerno, el que llevaba a su cintura, y el eco resonó por las vastas concavidades. Al rato, un bullicio, un tropel, una algazara. Todos los gnomos habían llegado.

Era la cueva ancha, y había en ella una claridad extraña y blanca. Era la claridad de los carbunclos que en el techo de piedra centelleaban, incrustados, hundidos, apiñados, en focos múltiples; una dulce luz lo iluminaba todo.

A aquellos resplandores, podía verse la maravillosa mansión en todo su esplendor. En los muros, sobre pedazos de plata y oro, entre venas de lapislázuli, formaban caprichosos dibujos, como los arabescos de una mezquita, gran muchedumbre de piedras preciosas. Los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, emergían los iris de sus cristalizaciones; cerca de calcedonias colgantes en estalactitas, las esmeraldas esparcían sus resplandores verdes, y los zafiros, en amontonamientos raros, en ramilletes que pendían del cuarzo, semejaban grandes flores azules y temblorosas.

Los topacios dorados, las amatistas circundaban en franjas el recinto; y en el pavimento, cuajado de ópalos, sobre la pulida crisofasía y el ágata, brotaba de trecho en trecho un hilo de agua, que caía con una dulzura musical, a gotas armónicas, como las de una flauta metálica soplada muy levemente.

Puck se había entrometido en el asunto, el pícaro Puck. El había llevado el cuerpo del delito, el rubí falsificado, el que estaba ahí, sobre la roca de oro, como una profanación entre el centelleo de todo aquel encanto.

Cuando los gnomos estuvieron juntos, unos con sus martillos y cortas hachas en las manos, otros de gala, con caperuzas flamantes y encarnadas, llenas de pedrerías, todos curiosos, Puck dijo así

-Me habeís pedido que os trajese una muestra de la nueva falsificación humana, y he satisfecho esos deseos.

Los gnomos, sentados a la turca, se tiraban de los bigotes; daban las gracias a Puck, con una pausada inclinación de cabeza; y los más cercanos a él examinaban con gesto de asombro, las lindas alas, semejantes a las de un hipsipilo.

Continuó:

-¡Oh, Tierra! ¡Oh, Mujer! Desde el tiempo en que veía a Titania, no he sido sino un esclavo de la una, un adorador casi místico de la otra.

Y luego, como si hablase en el placer de un sueño:

-¡Esos rubíes! En la gran ciudad de París, volando invisibles, les vi por todas partes. Brillaban en los collares de las cortesanas, en las condecoraciones exóticas de los
rastaquers, en los anillos de los príncipes italianos y en los brazaletes de las primadonas.

Y con pícara sonrisa siempre.

-Yo me colé hasta cierto gabinete rosado muy en boga... Había una hermosa mujer dormida. Del cuello le arranqué un medallón y del medallón el rubí. Ahí lo tenéis.

Todos soltaron la carcajada. ¡Qué cascabeleo!

-¡Eh, amigo Puck!

Y dieron su opinión después, acerca de aquella piedra falsa, obra de hombre o de sabio, que es peor.

-!Vidrio!

-!Maleficio!

-!Ponzoña y cábala!

-¡Química!

-¡Pretender imitar un fragmento de iris!

-¡El tesoro rubicundo de lo hondo del globo!

-¡Hecho de rayos del poniente solidificados!

El gnomo más viejo, andando con sus piernas torcidas, su gran barba nevada, su aspecto de patriarca hecho pasa, su cara llena de arrugas:

-¡Señores- dijo, -que no sabéis lo que habláis!

Todos escucharon.

-Yo, yo que soy el más viejo de vosotros, puesto que apenas sirvo ya para martillar las facetas de los diamantes; yo he visto formarse estos hondos alcázares, que he cincelado los huesos de la tierra, que he amasado el oro, que he dado un día un puñetazo a un muro de piedra, y caí a un lago donde violé a una ninfa; yo, el viejo, os referiré de cómo se hizo el rubí.

OíD

Puck sonreía curioso. Todos los gnomos rodearon al anciano cuyas canas palidecían a los resplandores de la pedrería, y cuyas manos extendían su movible sombra en los muros, cubiertos de piedras preciosas, como un lienzo lleno de miel donde se arrojase granos de arroz.

-Un día, nosotros, los escuadrones que tenemos a nuestro cargo las minas de diamantes, tuvimos una huelga que conmovió toda la tierra y salimos en fuga por los cráteres de los volcanes.

“El mundo estaba alegre, todo era vigor y juventud; y las rosas, y las hojas verdes y frescas, y los pájaros en cuyos buches entra el grano y brota el gorjeo, y el campo todo, saludaban al sol y a la primavera fragante.

“Estaba el monte armónico y florido, lleno de trinos y de abejas; era una grande y santa nupcia la que celebraba la luz; y en el árbol la savia ardía profundamente, y en el animal todo era estremecimiento o balido o cántico, y en el gnomo había risa y placer.

Yo había salido por un cráter apagado. Ante mis ojos había un campo extenso. De un salto me puse sobre un gran árbol, una encina añeja. Luego, bajé el tronco, y me hallé cerca de un arroyo, un río pequeño y claro donde las aguas charlaban, diciéndose bromas cristalinas. Yo tenía sed. Quise beber ahí... Ahora, oíd mejor.

Brazos, espaldas, senos desnudos, azucenas, rosas, panecillos de marfil coronados de cerezas; ecos de risas áureas, festivas; y allá, entre las espumas, entre las linfas rotas, bajo las verdes ramas...

-¿Ninfas?

-No, mujeres.

-Yo sabía cuál era mi gruta. Con dar una patada en el suelo, abría la arena negra y llegaba a mi dominio. Vosotros, pobrecillos,gnomos jóvenes, tenéis mucho que aprender.

Bajo los retoños de unos helechos nuevos me escurrí, sobre unas piedras deslavadas por la corriente espumosa y parlante; y a ella, a la hermosa, a la mujer, la agarré de la cintura, con este brazo antes tan musculoso; gritó, golpeé el suelo; descendimos. Arriba quedó el asombro; abajo el gnomo soberbio y vencedor.

Un día yo martillaba un trozo de diamante inmenso que brillaba como un astro y que al golpe de mi maza se hacía pedazos.

El pavimento de mi taller se asemejaba a los restos de un sol hecho trizas. La mujer amada descansaba a un lado, rosa de carne entre maceteros de zafir, emperatriz del oro, en un lecho de cristal de roca, toda desnuda y espléndida como una diosa.

Pero en el fondo de mis dominios, mi reina, mi querida, mi bella, me engañaba. Cuando el hombre ama de veras, su pasión lo penetra todo y es capaz de traspasar la tierra.

Ella amaba a un hombre, y desde su prisión le enviaba sus suspiros. Éstos pasaban los poros de la corteza terrestre y llegaban a él; y él, amándola también, besaba las rosas de cierto jardín; y ella, la enamorada, tenía - yo lo notaba - convulsiones súbitas en que estiraba sus labios rosados y frescos como pétalos de centifolia ¿Cómo ambos así se sentían? Con ser quien soy, no lo sé.

Había acabado yo mi trabajo: un gran montón de diamantes hechos en un día; la tierra abría sus grietas de granito como labios con sed, esperando el brillante despedazamiento del rico cristal. Al fin de la faena, cansado, di un martillazo que rompió una roca y me dormí.


Desperté al rato al oír algo como un gemido.

De su lecho, de su mansión más luminosa y rica que las de todas las reinas de Oriente, había volado fugitiva, desesperada, la amada mía, la mujer robada. ¡Ay!, y queriendo huir por el agujero abierto por mi maza de granito, desnuda y bella, destrozó su cuerpo blanco y suave como de azahar y mármol y rosa, en los filos de los diamantes rotos. Heridos sus costados, chorreaba la sangre; los quejidos eran conmovedores hasta las lágrimas. ¡Oh, dolor!

Yo desperté, la tomé en mis brazos, le di mis besos más ardientes; mas la sangre corría inundando el recinto, y la gran masa diamantina se teñía de grana.

Me pareció que sentía, al darle un beso, un perfume salido de aquella boca encendida: el alma; el cuerpo quedó inerte.

Cuando el gran patriarca nuestro, el centenario semidiós de las entrañas terrestres pasó por allí, encontró aquella muchedumbre de diamantes rojos...


Pausa.


-¿Habéis comprendido?

Los gnomos muy graves se levantaron. Examinaron más de cerca la piedra falsa, hechura del sabio.

-¡Mirad, no tiene facetas!

-¡Brilla pálidamente!

-¡Impostura!

-¡Es redonda como la coraza de un escarabajo!

Y en ronda, uno por aquí, otro por allá fueron a arrancar de los muros pedazos de arabescos, rubíes grandes como una naranja, rojos y chispeantes como un diamante hecho sangre, y decían:

-¡He aquí! ¡He aquí lo nuestro, oh madre Tierra!

Aquella era una orgía de brillo y de color.

Y lanzaban al aire las gigantescas piedras luminosas y reían.

De pronto con toda la dignidad de un gnomo:

-¡Y bien! ¡El desprecio!

Se comprendieron todos. Tomaron el rubí falso, lo despedazaron y arrojaron los fragmentos - con desdén terrible - a un hoyo que abajo daba a una antiquísima selva carbonizada.

Después sobre sus rubíes, sobre sus ópalos, entre aquellas paredes resplandecientes, empezaron a bailar asidos de las manos una farándula loca y sonora.

¡Y celebraban con risas el verse grandes en la sombra!


Ya Puck volaba afuera, en el abejeo del alba, recién nacida, camino de una pradera en flor. Y murmuraba -¡siempre con una sonrisa sonrosada! - Tierra... Mujer... ¡Por que tú, oh madre Tierra, eres grande, fecunda, de seno inextinguible y sacro!; y de tu vientre moreno brota la savia de los troncos robustos y el oro y el agua diamantina y la casta flor de lis. ¡Lo puro, lo fuerte, lo infalsificable! ¡Y tú, Mujer, eres - espíritu y carne - toda Amor!

LA NINFA

En el castillo que últimamente acaba de adquirir Lesbia, esta actriz caprichosa y endiablada que tanto ha dado que decir al mundo por sus extravagancias, nos hallábamos a la mesa hasta seis amigos. Presidía nuestra Aspasia, quien a la sazón se entretenía en chupar como niña golosa un terrón de azúcar húmedo, blanco entre las yemas sonrosadas. Era la hora del chartreuse. Se veía en los cristales de la mesa como una disolución de piedras preciosas, y la luz de los candelabros se descomponía en las copas medio vacías, donde quedaba algo de la púrpura del borgoña, del oro hirviente del champaña, de las líquidas esmeraldas de la menta.

Se hablaba con el entusiasmo de artista de buena pasta, tras una buena comida. Éramos todos artistas, quién más, quién menos, y aun había un sabio obeso que ostentaba en la albura de una pechera inmaculada el gran nudo de una corbata monstruosa.

Alguien dijo: -¡Ah, sí, Fremiet! -Y de Fremiet se pasó a sus animales, a su cincel maestro, a dos perros de bronce que, cerca de nosotros, uno buscaba la pista de la pieza, otro, como mirando al cazador, alzaba el pescuezo y arbolaba la delgadez de su cola tiesa y erecta. ¿Quién habló de Mirón? El sabio, que recitó en griego el epigrama de Anacreonte: Pastor, lleva a pastar más lejos tu boyada no sea que creyendo que respira la vaca de Mirón, la quieras llevar contigo.

Lesbia acabó de chupar su azúcar, y con una carcajada argentina:

-¡Bah! Para mí, los sátiros. Yo quisiera dar vida a mis bronces, y si esto fuese posible, mi amante sería uno de esos velludos semidioses. Os advierto que más que a los sátiros adoro a los centauros; y que me dejaría robar por uno de esos monstruos robustos, sólo por oír las quejas del engañado, que tocaría su flauta lleno de tristeza.

El sabio interrumpió:

-¡Bien! Los sátiros y los faunos, los hipocentauros y las sirenas han existido, como las salamandras y el ave Fénix.

Todos reíamos; pero entre el coro de carcajadas, se oía irresistible, encantadora, la de Lesbia, cuyo rostro encendido, de mujer hermosa, estaba como resplandeciente de placer.
-Si- continuó el sabio -:¿con qué derecho negamos los modernos, hechos que afirman los antiguos? El perro gigantesco que vio Alejandro, alto como un hombre, es tan real, como la araña Kreken que vive en el fondo de los mares. San Antonio Abad, de edad de noventa años, fue en busca del viejo ermitaño Pablo que vivía en una cueva. Lesbia, no te rías. Iba el santo por el yermo, apoyado en su báculo, sin saber dónde encontrar a quien buscaba. A mucho andar, ¿sabéis quién le dio las señas del camino que debía seguir? Un centauro, medio hombre y medio caballo - dice un autor; - hablaba como enojado; huyó tan velozmente que presto le perdió de vista el santo; así iba galopando el monstruo, cabellos al aire y vientre a tierra.


En ese mismo viaje San Antonio vio un sátiro, «hombrecillo de extraña figura, estaba junto a un arroyuelo, tenía las narices corvas, frente áspera y arrugada, y la última parte de su contrahecho cuerpo remataba con pies de cabra».
-Ni más ni menos- dijo Lesbia. -¡M. de Cocureau, futuro miembro del Instituto!

Siguió el sabio:

-Afirma San Jerónimo que en tiempos de Constantino Magno se condujo a Alejandría un sátiro vivo, siendo conservado su cuerpo cuando murió.

Además, vióle el emperador de Antioquía.

Lesbia había vuelto a llenar su copa de menta, y humedecía la lengua en el licor verde como lo haría un animal felino.

-Dice Alberto Magno que en su tiempo cogieron a dos sátiros en los montes de Sajonia. Enrico Zormano asegura que en tierras de Tartaria había hombres con sólo un pie y sólo un brazo en el pecho. Vicencio vio en su época un monstruo que trajeron al rey de Francia, tenía cabeza de perro; (Lesbia reía) los muslos, brazos y manos tan sin vellos como los nuestros; (Lesbia se agitaba como una chicuela a quien hiciesen cosquillas), comía carne cocida y bebía vino con todas ganas.

-¡Colombine!- grito Lesbia. Y llegó Colombine, una falderilla que parecía un copo de algodón. Tomóla su ama, y entre las explosiones de risa de todos:

-¡Toma, el monstruo que tenía tu cara!

Y le dio un beso en la boca, mientras el animal se estremecía e inflaba las naricitas como lleno de voluptuosidad.

-Y Filegón Traliano- concluyó el sabio elegantemente -afirma la existencia de dos clases de hipocentauros: una de ellas como elefantes. Además...

-Basta de sabiduría- dijo Lesbia. Y acabó de beber la menta.

Yo estaba feliz. No había desplegado mis labios -¡Oh!, exclamé para mi, ¡las ninfas! Yo desearía contemplar esas desnudeces de los bosques y de las fuentes, aunque, como Acteón, fuese despedazado por los perros. Pero las ninfas no existen.

Concluyó aquel concierto alegre, con una gran fuga de risas y de personas.

-¡Y qué!- me dijo Lesbia, quemándome con sus ojos de faunesa y con voz callada como para que sólo yo la oyera. -¡Las ninfas existen, tú las veras!

Eran un día primaveral. Yo vagaba por el parque del castillo, con el aire de un soñador empedernido. Los gorriones chillaban sobre las lilas nuevas y atacaban a los escarabajos que se defendían de los picotazos con sus corazas de esmeralda, con sus petos de oro y acero. En las rosas el carmín, el bermellón, la onda penetrante de perfumes dulces: más allá las violetas, en grandes grupos, con su color apacible y su olor a virgen. Después, los altos árboles, los ramajes tupidos llenos de mil abejas, las estatuas en la penumbra, los discóbolos de bronce, los gladiadores musculosos en sus soberbias posturas gímnicas, las glorietas perfumadas, cubiertas de enredaderas, los pórticos, bellas imitaciones jónicas, cariátides todas blancas y lascivas, y vigorosos telamones del orden atlántico, con anchas espaldas y muslos gigantescos. Vagaba por el laberinto de tales encantos cuando oí un ruido, allá en lo oscuro de la arboleda, en el estanque donde hay cisnes blancos como cincelados en alabastro y otros que tienen la mitad del cuello del color del ébano, como una pierna alba con media negra.

Llegué más cerca. ¿Soñaba? ¡Oh, Numa! Yo sentí lo que tú, cuando viste en su gruta por primera vez a Egeria.

Estaba en el centro del estanque, entre la inquietud de los cisnes espantados, una ninfa, una verdadera ninfa, que hundía su carne de rosa en el agua cristalina. La cadera a flor de espuma parecía a veces como dorada por la luz opaca que alcanzaba a llegar por las brechas de las hojas. ¡Ah!, yo vi lirios, rosas, nieve, oro; vi un ideal con vida y forma y oí entre el burbujeo sonoro de la linfa herida, como una risa burlesca y armoniosa, que me encendía la sangre.

De pronto huyó la visión, surgió la ninfa del estanque, semejante a Citerea en su onda, y recogiendo sus cabellos que goteaban brillantes, corrió por los rosales tras las lilas y violetas, más allá de los tupidos arbolares, hasta ocultarse a mi vista, hasta perderse, ¡ay!, por un recodo; y quedé yo, poeta lírico, fauno burlado, viendo a las grandes aves alabastrinas como mofándose de mí, tendiéndome sus largos cuellos en cuyo extremo brillaba bruñida el ágata de sus picos.


Después, almorzábamos juntos aquellos amigos de la noche pasada, entre todos, triunfante, con su pechera y su gran corbata oscura, el sabio obeso, futuro miembro del Instituto.

Y de repente, mientras todos charlaban de la última obra de Fremiet, en el salón, exclamó Lesbia con su alegre voz parisiense:

-¡Te!, como dice Tartarín: ¡el poeta ha visto ninfas!...

La contemplaron todos asombrados, y ella me miraba, me miraba como una gata, y se reía, se reía como una chicuela a quien se le hiciesen cosquillas.

EL VELO DE LA REINA MAB

La reina Mab, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, caminado sobre un rayo de sol, se coló por la ventana de una buhardilla donde estaban cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes, lamentándose como unos desdichados.
Por aquel tiempo, las hadas habían repartido sus dones a los mortales. A unos habían dado las varitas misteriosas que llenan de oro las pesadas cajas del comercio; a otros unas espigas maravillosas que al desgranarlas colmaban las trojes de riqueza; a otros unos cristales que hacían ver en el riñón de la madre tierra, oro y piedras preciosas; a quiénes cabelleras espesas y músculos de Goliat, y mazas enormes para machacar el hierro encendido; y a quienes talones fuertes y piernas ágiles para montar en las rápidas caballerías que se beben el viento y que tienden las crines en la carrera.
Los cuatro hombres se quejaban. Al uno le había tocado en suerte una cantera, al otro el iris, al otro el ritmo, al otro el cielo azul.

La reina Mab oyó sus palabras. Decía el primero: -¡Y bien! ¡Heme aquí en la gran lucha de mis sueños de mármol! Yo he arrancado el bloque y tengo el cincel. Todos tenéis, unos el oro, otros la armonía, otros la luz; yo pienso en la blanca y divina Venus que muestra su desnudez bajo el plafón color del cielo. Yo quiero dar a la masa la línea y la hermosura plástica; y que circule por las venas de la estatua una sangre incolora como la de los dioses. Yo tengo el espíritu de Grecia en el cerebro, y amo los desnudos en que le ninfa huye y el fauno tiende los brazos. ¡Oh, Fidias! Tú eres para mí soberbio y augusto como un semidiós, en el recinto de la eterna belleza, rey ante un ejército de hermosuras que a tus ojos arrojan el magnífico Kiton, mostrando la esplendidez de la forma, en sus cuerpos de rosa y de nieve. Tú golpeas, hieres y domas el mármol, y suena el golpe armónico como un verso, y te adula la cigarra, amante del sol, oculta entre los pámpanos de la viña virgen. Para ti son los Apolos rubios y luminosos, las Minervas severas y soberanas. Tú, como un mago, conviertes la roca en simulacro y el colmillo del elefante en copa del festín. Y al ver tu grandeza siento el martirio de mi pequeñez. Porque pasaron los tiempos gloriosos. Porque tiemblo ante las miradas de hoy. Porque contemplo el ideal inmenso y las fuerzas exhaustas. Porque contemplo a medida que cincelo el bosque me ataraza el desaliento.

Y decía el otro: -Lo que es hoy romperé mis pinceles. ¿Para qué quiero el iris, y esta gran paleta del campo florido, si a la postre mi cuadro no será admitido en el salón? ¿Qué abordaré? He recorrido todas las escuelas, todas las inspiraciones artísticas. He pintado el torso de Diana y el rostro de la Madona. He pedido a las campiñas sus colores, sus matices; he adulado a la luz como a una amada, y la he abrazado como a una querida. He sido adorador del desnudo, con sus magnificencias, con los tonos de sus carnaciones y con sus fugaces medias tintas. He trazado en mis lienzos los nimbos de los santos y las alas de los querubines. ¡Ah, pero siempre el terrible desencanto! ¡El porvenir! ¡Vender una Cleopatra en dos pesetas para poder almorzar!

¡Y yo, que podría en el estremecimiento de mi inspiración, trazar el gran cuadro que tengo aquí adentro

Y decía el otro: -Perdida mi alma en la gran ilusión de mi sinfonía, temo las decepciones. Yo escucho todas las armonías, desde la lira de Terpandro hasta las fantasías orquestales de Wagner. Mis ideales, brillan en medio de mis audacias de inspirado. Yo tengo la percepción del filósofo que oyó la música de los astros. Todos los ruidos pueden aprisionarse, todos los ecos son susceptibles de combinaciones. Todo cabe en la línea de mis escalas cromáticas.

La luz vibrante es himno, y la melodía de la selva halla un eco en mi corazón. Desde el ruido de la tempestad hasta el canto del pájaro, todo se confunde y enlaza en la infinita cadencia. Entretanto, no diviso sino la muchedumbre que befa y la celda del manicomio.

Y el último: -Todos bebemos del agua clara de la fuente de Jonia. Pero el ideal flota en el azul; y para que los espíritus gocen de su luz suprema, es preciso que asciendan. Yo tengo el verso que es de miel y el que es de oro, y el que es de hierro candente. Yo soy el ánfora del celeste perfume: tengo el amor. Paloma, estrella, nido, lirio, vosotros conocéis mi morada. Para los vuelos inconmensurables tengo alas águila que parten a golpes mágicos el huracán. Y para hallar consonantes, los busco en dos bocas que se juntan; y estalla el beso, y escribo la estrofa, y entonces si veis mi alma, conoceréis a mi Musa. Amo las epopeyas, porque de ellas brota el soplo heroico que agita las banderas que ondean sobre las lanzas y los penachos que tiemblan sobre los cascos; los cantos líricos, porque hablan de las diosas y de los amores; y las églogas, porque son olorosas a verbena y a tomillo, y al sano aliento del buey coronado de rosas. Yo escribiría algo inmortal; mas me abruma un porvenir de miseria y de hambre...

Entonces la reina Mab, del fondo de su carro hecho de una sola perla, tomó un velo azul, casi impalpable, como formado de suspiros, o de miradas de ángeles rubios y pensativos. Y aquel velo era el velo de los sueños, de los dulces sueños que hacen ver la vida de color de rosa. Y con él envolvió a los cuatro hombres flacos, barbudos e impertinentes. Los cuales cesaron de estar tristes porque penetró en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas.


Y desde entonces, en las buhardillas de los brillantes infelices, donde flota el sueño azul, se piensa en el porvenir como en la aurora, y se oyen risas que quitan la tristeza, y se bailan extrañas farándulas alrededor de un blanco Apolo, de un lindo paisaje, de un violín viejo, de un amarillento manuscrito.






EL PAJARO AZUL (RUBÉN DARÍO)

París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos - pintores, escultores, poetas - sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde! ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado
pájaro azul.
El
pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamada así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fué un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura...

-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...

* * *

Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.

De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.

Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo,más ajenjo!

* * *

Principios de Garcín:

De las flores, las lindas campánulas.

Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades, el cielo y el amor: es decir, las pupilas de Nini.

Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad.

* * *

A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.

Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:

-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad...

* * *

Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón.

Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.

Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.

Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una carta que decía lo siguiente, poco más o menos:

«Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo
sou. Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de tonterías tendrás mi dinero.»

Esta carta se leyó en el Café Plombier.

-¿Y te irás?

-¿No te irás?

-¿Aceptas?

-¿Desdeñas?

¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal no recuerdo:

¡Sí, seré siempre un gandul,
lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!
* * *

Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul.

Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado.

Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuando anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.

He ahí el poema.

Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste.

* * *

La bella vecina había sido conducida al cementerio.

-¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: “De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul”.

* * *

¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo.

Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste.

-!Amigos míos, un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adiós con todo el corazón, con toda el alma... El pájaro azul vuela.

Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue.

Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adiós; adiós, gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!

Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la habitación de Garcín. El estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!

Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras:
Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul

9.21.2007

QUÉ SIGNIFICA SER POBRE?

Un padre económicamente acomodado, queriendo que su hijo supiera loque es ser pobre, lo llevó a lo profundo de la selva a pasarse un par de días en elmonte con una familia campesina; pasaron tres días y dos noches en su vivienda del campo.En el carro, retornando a la ciudad, el padre preguntó a su hijo qué te pareció la experiencia?"...muy buena" contestó el hijo con la mirada puesta a la distancia.Y... ¿qué aprendiste?, insistió el padre...El hijo contestó:"Que nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro.Nosotros tenemos una piscina con agua estancada que llega a la mitad del jardín y ellos tienen un río sinfin de agua cristalina, donde hay pececillos y otras bellezas. Que nosotros importamos linternas para alumbrar nuestro jardín mientras que ellos se alumbran con las estrellas y la luna.Nuestro patio llega hasta la cerca y el de ellos llega al horizonte.Que nosotros compramos nuestra comida y ellos siembran y cosechan la de ellos.Nosotros oímos CD y ellos escuchan una perpetua sinfonía de colibríes, pericos, ranas, sapos,gorriones y otros animalitos...todo esto a veces dominado por el sonoro machete deun vecino que trabaja su monte. Nosotros cocinamos en estufa eléctrica y ellos todolo que comen tiene ese glorioso sabor del fogón de leña.Para protegernos nosotros vivimos rodeados por un muro, con alarmas y ellos viven con sus puertas abiertas, protegidos por la amistad de sus vecinos. Nosotros vivimos "conectados" al celular, a la computadora, al televisor y ellos, en cambio, están"conectados" a la vida, al cielo, al sol, al agua, al verde del monte, a los animales, a sus sembríos, a su familia". El padre quedó impactado por la profundidad de su hijo y entonces el hijo terminó diciendo:"Gracias papá, por haberme enseñado lo pobres que somos nosotros".

LAS GOTAS

La ola realizó un extraño balanceo interior, se irguió cuajada de espuma sobre la superficie y con la oportuna ayuda del viento, un puñado de gotas se escaparon de su cresta y empezaron a volar sobre la superficie del océano. Miles, tal vez millones de pequeñas gotas giraban, flotaban, danzaban en el espacio antes de caer nuevamente sobre el mar. Una de ellas miró a su alrededor y pensó: esa gota de allá es bastante flaca, la de más acá es en cambio demasiado gorda, esa parece muy brillante pero pequeña,insignificante, esa otra en cambio es un tanto opaca, como si estuviera sucia. Y así siguió y siguió describiendo todo que alcanzaba a ver durante ese breve segundo al que ella ahora llamaba "toda una vida". Más tarde se disgustó con una gota que, según ella le hacía sombra, y se hizo amiga de otra, que a su parecer era como ella. Con el "tiempo" empezó a detestar a unas, y a querer a otras, y en igual medida a temer, admirar, despreciar,seducir, compadecer o apartarse de otras que eran "odiosas", "amables", "inteligentes", "feas", "agresivas", "hermosas", "hipócritas", "geniales","oscuras", "triunfadoras", "vacías", "positivas", "traicioneras", "generosas", "santas" o "destructivas" según su particular forma de verlas. En una ocasión chocó suavemente con una de ellas y en ese choque algo cambió, se miró en la otra gota y se reconoció a sí misma: eres mi gota gemela, exclamó emocionada, y sucedió que de ese choque brotaron gotas más pequeñas a las que llamó gotas hijas. En verdad, pensó, soy capaz de dar vida. Más tarde, trazó un círculo y dijo: todas las gotas que están dentro del círculo son mi familia y mis amigas, las que están fuera son mis enemigas o gotas poco confiables. A las primeras las amo y las respeto, a las segundas, las detesto y les temo. Con la seguridad de tener bien delimitado su mundo, sonrió satisfecha al tiempo que seguía su caída inevitable.En los últimos instantes, en una millonésima de segundo antes de tocar la superficie del océano, la gota se dio cuenta de algo, pero no supo expresar lo que sentía. Era un sentimiento inmenso, poderoso; algo que la llenaba por completo, pero que al mismo tiempo la dejaba vacía, una especie de destello que borraba todo lo demás, parecido a lo que por unos instantes había sentido con esa gota con la que alguna vez había chocado suavemente y en la que se había reconocido, pero ya era demasiado tarde: la gota cayó finalmente al océano. Tan pronto como tomó contacto con el agua, se dio cuenta de algo maravilloso: en realidad ella no era una gota, no, su nombre era. su nombre era "océano". Más aún, sus límites no eran diminutos, como había creído, sino gigantescos. Una parte de ella eran olas pequeñas en las que se bañaban los niños de una playa de Africa, otra parte llevaba - cómo si fuera una caja de fósforos - a un barco carguero, otra parte de ella misma se erguía poderosa mientras cabalgaba y era cabalgada por un huracán en el Caribe, otra tocaba las gélidas costas de la Antártida, otra las costas de Oceanía, otra se agitaba inquieta en el estrecho de Bering. De pronto se dio cuenta de su enormidad y de su poder sin límites. Mi nombre es océano, se dijo emocionada, ¡océano! No tardó mucho su emoción pues una ola la levantó sobre la superficie del agua y con el soplo de la brisa marina se convirtió otra vez en una gota que giraba y flotaba sobre la superficie. Olvidando todo lo anterior, se volteó y dijo: el mundo está lleno de gotas, hay gotas flacas como la de allá, gordas como la de acá, brillantes como esa, opacas como aquella... En esas estaba cuando vio una gota junto a ella; en apariencia era como todas las demás pero había un algo que le atraía de forma inevitable. Su mirada era diferente, su forma de estar y de girar y de ondular al compás de la brisa era extraña, única. No podía dejar de mirarla, era como si danzara al mismo tiempo que estaba quieta, era como si hablara a la vez que permanecía en silencio, y cuando giraba una luz dorada la iluminaba y ella, no sabía cómo, empezaba a parpadear de manera hipnótica. Al fin, rompiendo esa mezcla de temor y reverencia por aquella gota extraña, le dijo: ¿quién eres? La gota la miró con dulzura y le contestó: soy tú. Se sorprendió de semejante respuesta. ¿Cómo era posible eso?, ¿se trataba de una adivinanza tal vez?, ¿era acaso un misterio insondable?, ¿una broma quizá? Se la quedó viendo sin atreverse a decir nada. Mírate, le dijo entonces la gota, mírate hacia dentro y verás que tengo razón. La gota siguió sin entender. Cierra los ojos, insistió, escucha tu silencio interior, déjate ir. No puedo, se rebeló la gota, cómo puedo cerrar los ojos cuando hay tanto que ver, como puedo sumergirme en el silencio cuando hay tanto que oír. Tus ojos te engañan, tus oídos también, dijo entonces la gota brillante. No, dijo la gota retrocediendo, aléjate, por un momento creí que eras, no sé, especial, pero ahora veo que estás loca. Claro que sí, dijo la gota brillante, loca para tu exterior, pero cuerda para tu interior. Una parte de ti sabe que tengo razón, la otra lo niega. La gota dio un salto hacia atrás aprovechando una leve ondulación de la brisa marina. Aléjate, gritó, aléjate o te denunciaré con las otras, les diré que estás loca, que eres una amenaza, que debemos deshacernos de ti. Puedes hacerlo si quieres, contestó con tranquilidad la gota brillante, pero por más que me alejes siempre estaré contigo, porque soy tú, porque soy todas las gotas y mucho más de lo que imaginas. Algún día comprenderás lo que he querido decir, agregó, algún día, cuando otra ola te levante sobre el océano y saltes a esto a lo que llamas "vida", una memoria escondida te asaltará, algo brotará desde adentro como un rayo de luz y recordarás, aunque sea de manera nebulosa, algo de lo que en verdad eres. Entonces, dando un giro increíble, se alejó. El destello de esa gota la dejó afectada durante un "largo" tiempo. Con frecuencia pensaba en ella o soñaba con ella, y hubo un tiempo en que ya no sabía qué sentir, si temor o amor, y sucedió que una fracción de segundo antes de caer otra vez en el océano, se dio cuenta, sí, se dio cuenta con claridad de lo que había querido decirle aquella gota extraña, pero ya era tarde. Cuando tocó nuevamente el agua del mar, se estiró todo lo que pudo, sintió todas sus olas en todas las costas del mundo, y volvió a sentirse océano enorme y poderoso. Entonces rogó para que en la próxima ocasión en que una ola la levantara sobre la superficie del agua y la lanzara al aire nuevamente, no olvidara lo que en verdad era. Y así fue: dos o tres olas más tarde, pudo verse a sí misma como una gota-océano flotando, girando, danzando entre millones de gotas aparentemente distintas. Sintió una felicidad enorme pues al fin se acordaba y se daba cuenta de que había dejado de estar dividida entre la ignorancia y la sabiduría, entre la pequeñez y la grandeza, entre la apariencia y la esencia. Una gota que la vio brillando con una luz especial, le preguntó intrigada, quién eres, y ella contestó con tranquilidad: yo soy tú, yo soy océano, yo soy infinito. La gota que la escuchaba, frunció el ceño.
Edgar Allan García